Quimantú (Sol del Saber): sobre el proyecto editorial (1971-1973).
Los inicios de Quimantú
El 4 de septiembre de 1970 las fuerzas políticas de izquierda, agrupadas bajo la denominación de “Unidad Popular,” alcanzaron el poder en las urnas electorales lo que significó la instauración de un régimen de orientación socialista. Durante los mil días de dicho gobierno, la industria editorial tuvo una importante injerencia en la construcción de una nueva cultura, hasta el 11 de septiembre de 1973, momento en que se produjo un golpe de Estado que derivó en una dictadura militar que se prolongó hasta 1989 y que abortó el proyecto de una editorial estatal.
A diferencia de otras naciones latinoamericanas, hacia fines de la década de 1960 e inicios de 1970, la producción y venta de revistas en Chile –principalmente magazinescas y de historietas extranjeras– había desplazado completamente a la de los libros, que representaba una posibilidad de desarrollo de una industria cultural moderna (Subercaseaux, 2010, p. 167). La figura de un Estado benefactor de corte marxista consideró entre sus principales medidas romper definitivamente la barrera entre la cultura y el pueblo por medio del acceso masivo a la publicación de libros. A nivel país, las dos editoriales con mayor poder y presencia en medios lectores hacia 1970 eran Lord Cochrane y Zig-Zag.
Además de la impresión de libros y revistas propias de la línea de colecciones de Quimantú, el gobierno utilizó la editorial para generar difusión de sus actividades para el sector político y público. Simultáneamente, se ocupó de la impresión –principalmente de revistas– para agentes privados, lo que significó una de las principales entradas económicas para la subsistencia de la empresa y su rodaje inicial. En este sentido, la acción del Estado en el campo editorial no tuvo su origen en una política propiamente cultural, sino en un programa económico que contemplaba la estatización de aquellas industrias con problemas administrativos y demandas internas de transformación. De ahí que en sus primeros meses de funcionamiento la editorial Quimantú no tuviera una línea editorial clara y que la impresión para terceros siguiera constituyendo su principal actividad.
Sin embargo, y a poco andar, la empresa logró publicar sus primeros títulos para transformarse en el principal agente de producción y reproducción de contenidos culturales en una lógica de responsabilidad social, no solo como alternativa a las editoriales nacionales y extranjeras del sector privado, sino también como activador de dinámicas en la distribución, el consumo y el fomento de la lectura del libro de forma masiva. Estos primeros títulos publicados por Quimantú se difundieron bajo el nombre de “Colección Narrativa Chilena”, que luego desapareció para dar paso a las colecciones definitivas del catálogo de la empresa. Se trató de ediciones que intentaron trazar un acercamiento a la vida cotidiana chilena de los sectores más populares.
En lo que concierne a este proyecto, interesan las tres áreas que conformaron la estructura del modelo editorial de Quimantú: la División Periodística, bajo la supervisión de Alberto Vivanco, que se ocupó de las revistas para adultos y jóvenes; la División de Publicaciones Infantiles y Educativas, liderada por Patricio García, encargada de la producción de textos para escolares, además de la edición de las “Historietas Q”, manuales de aprendizaje y una línea de publicaciones que se denominó “Documentos Especiales” (para adultos y jóvenes), y la División Editorial, dirigida por Joaquín Gutiérrez, que se fraccionó en un “Departamento Editorial” y un “Departamento de Ediciones Especiales”, que se hizo cargo de las colecciones de libros propiamente tal.
Respecto a esta última, al cabo de un año y tres meses de la puesta en marcha de la editorial, en abril de 1971 se informaba que se habían vendido 5.000.000 de libros a un ritmo de 800.000 ejemplares al mes (Teitelbom, 1973). En los siguientes siete meses, previos al golpe de Estado de septiembre de 1973, se alcanzó una cifra total de poco más de once millones (11.164.000) de ejemplares que llegaron a lectores por la vía de la compra, en un país que en aquel entonces reconocía una población aproximada de diez millones de habitantes (10.087.377). Aunque existen ciertas divergencias respecto al número de títulos de libros publicados por Quimantú entre mayo de 1971 y septiembre de 1973, producto del acelerado inicio y abrupto quiebre de la editorial, estos se pueden cifrar en alrededor de 250, tanto de autores de origen nacional como extranjeros. Si en aquel entonces los libros de mayor impacto podían alcanzar un tiraje de 5.000 ejemplares a nivel nacional, con Quimantú se inaugura una nueva era al llegar a cifras de 50.000, en el caso de la colección “Nosotros los Chilenos” (18 x 14 cm.), y 80.000 para la colección “Minilibros”, en formato de libro de bolsillo (14 x 10 cm.), ilustradas y a bajo costo.
En el caso del Departamento de Ediciones Especiales, la otra sección, se publicó la serie “Nosotros los Chilenos”, con el fin de activar la producción de identidades políticas y sociales a través de un conjunto de estudios del acontecer histórico y cultural del país para “conocernos a nosotros mismos”. Sin duda, esta fue una de las colecciones cuya identidad visual cobró una mayor vigencia con el transcurso del tiempo. Por otro lado, la colección “Camino Abierto” incluyó varias sublíneas de publicaciones que oscilaron entre temas políticos, ideológicos, históricos, de divulgación científica y misceláneos.
En el caso de la División de Publicaciones Infantiles y Educativas, primó un enfoque más dirigido a jóvenes y adultos que a menores de edad, aunque el afán pedagógico estuvo presente en algunas publicaciones mientras en otras se desvió hacia una perspectiva más doctrinaria e ideológica.
La tercera División, la periodística, aglutinó a un conjunto menor de revistas heredadas de Zig-Zag y otras creadas bajo el alero del sello editorial Quimantú, que buscaron innovar en los contenidos y una línea de diseño que buscó acoplarse con la colección de libros que la empresa estatal venía publicando en grandes tirajes.
En la propuesta de diseño de estas colecciones ya es posible advertir los lineamientos gráficos que van a definir los lenguajes del amplio catálogo de la editorial estatal, que incluso van a permear la dirección de arte de las posteriores producciones de la Editora Nacional Gabriela Mistral que reemplazó a Quimantú una vez ocurrido el golpe militar de septiembre de 1973. En términos generales, se trató de ediciones con diseños sencillos de rápida asimilación donde se privilegió el uso de la ilustración, la fotografía y la composición tipográfica más abstracta. A su vez, se trató de diseños que intentaron reducir los costos de impresión y la demora en su procesamiento para salir a público semanalmente.
Esta última, había sido fundada en 1905 y atravesaba por una fuerte crisis económica, lo que motivó al gobierno socialista de Salvador Allende a comprar sus activos el 12 de febrero de 1971 para transformarla en una editorial estatal. Así, con fecha 1 de abril de 1971, se conformó la sociedad Empresa Editora Quimantú Limitada que inició sus actividades con el aporte de dos socios accionistas: la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) y Chilefilms, una empresa dedicada a la producción cinematográfica nacional.
El proyecto, que inicialmente se pensó en llamar “Gran Editorial del Estado”, finalmente se denominó “Quimantú”, término que se puede traducir como “Sol del saber”, neologismo originado en la lengua autóctona mapuche que une las palabras Kim (saber) y Antu (sol). Desde los diversos sectores políticos y sociales que conformaban el conglomerado de gobierno, la elección del nombre de la editorial resulta significativo ya que sugería una concepción del Estado como protector del patrimonio cultural para el acceso de las mayorías al formato libro.
Innovaciones en el contexto de una editorial estatal
Quimantú se definió como una “empresa socializada y de los trabajadores”, al incorporar de manera horizontal a obreros y operarios provenientes de las distintas divisiones en la toma de decisiones del proyecto estatal, transformándose en un modelo editorial inédito y no replicado en el país. Bajo la urgencia de una rápida puesta en marcha, la empresa editó, publicó y distribuyó un gran volumen de libros y revistas para conformar un amplio catálogo dirigido a un público masivo con producciones de bajo costo mediante nuevas formas de distribución como fue la llegada a quioscos a lo largo de todo el país. Tal figura, implicaba ser un referente cultural del gobierno al difundir en la población obras que podían aportar a su desarrollo científico y tecnológico y además profundizar en el estudio del país, su realidad histórica, geográfica y económica, en palabras del ex Presidente de Chile durante la Unidad Popular (Allende, 1971).
En este contexto, se crearon siete divisiones que a su vez se escindían en más secciones o áreas. El organigrama general consideraba: una División Editorial, una División Periodística, una División de Publicaciones Infantiles y Educativas, una División Comercial, una División de Finanzas, una División de Personal y Administración, y una División Técnica, que correspondía a los talleres de impresión.
Organigrama Quimantú
Dependiendo de la publicación, los tirajes de la editorial se iniciaban con 5.000 ejemplares, para luego oscilar entre 15.000, 25.000, 60.000, 80.000 y, más adelante, sobrepasar la barrera de los cien mil. Incluso, algunas ediciones alcanzaron cifras siderales, caso de los “Cuadernos de Educación Popular”, con tiradas mínimas de 100.000 y máximas de 250.000 ejemplares y múltiples libros que, “en cantidades sin precedentes, salían de las prensas” (López, 2014, p. 94).
Al tiempo que los empleados de la editorial informaban al público lector que estaban trabajando al cien por ciento de la capacidad de la empresa, mejorando el rendimiento productivo de la anterior administración privada, con publicaciones de calidad, e imprimiendo para terceros cerca de 3.000.000 de revistas por mes a entera satisfacción de los clientes, la presencia de libros propios de la nueva línea editorial de Quimantú se hacía notar por medio de campañas y actividades de difusión que los presentaban como “Una llave para abrir cualquier puerta”, “Su mejor amigo”, “Su mejor herramienta de progreso”, y “Solo progresa aquel que sabe”, entre otras consignas. En tal sentido, el marketing fue una herramienta estratégica fundamental, más allá de que su contexto ideológico de implementación apuntara a evadir este tipo de mecanismos de posicionamiento importados y ya probados, con éxito, en otros países del continente.
En esta inédita avanzada, que promovió una figura de “Estado docente”, la identidad editorial del proyecto Quimantú estuvo fuertemente vehiculada por el factor “Diseño”, conforme al desarrollo de una línea de colecciones que progresivamente encontró lineamientos coherentes para la generación de productos culturales que lograron conectar con un público consumidor concreto. En este complejo escenario, incluso surgieron soluciones técnicas derivadas de la acción de operarios de talleres, quienes encontraron mecanismos novedosos para introducir mejoras y reducción de problemas y ahorro de costos de materiales en la maquinaria de imprenta (Urrutia, 1973, p. 87).
Significativo, en términos de lo que hoy entendemos por “Diseño social”, fue la conformación de una estructura editorial que congregó a un número aproximado de 1.500 trabajadores y que contó con el aporte de diseñadores encargados de desarrollar líneas de colecciones, además de asumir la dirección de arte y la producción de libros y revistas. Ello significó la creación de nuevos canales y estrategias de comunicación para llegar a un público masivo y la realización de reuniones de pauta entre operarios, diseñadores y altos mandos con el propósito de discutir sobre las inquietudes y temas de interés de los lectores a los que se buscaba llegar. Sin embargo, estas prácticas estuvieron supeditadas a una política editorial que impulsó el fomento de la cultura solo en el contexto local, excluyendo el mercado de habla hispana a diferencia de otras editoriales del continente.
Las líneas y colecciones
Un aspecto novedoso de la editorial fue la implementación de colecciones de libros en un corto tiempo y su diversificación en varias líneas temáticas definidas por su contenido, diseño, precio y tiraje, que además lograron una coherencia en su dirección de arte. Dicho contenido podía ser literario, de divulgación o de carácter ideológico; de origen europeo, latinoamericano o nacional; de un determinado formato impreso a uno o más colores, y sujeto a un mayor o menor número de impresiones de acuerdo a su vinculación con la cultura y la identidad chilena, la importancia del autor y, lógicamente, su menor costo de producción. Dentro de la División Editorial de la organización, el Departamento Editorial desarrolló las colecciones “Quimantú para Todos”, “Minilbros”, “Cordillera”, “Cuncuna” y “Pintamonos”. Estas producciones se ajustaron a una perspectiva extensionista como agente que favoreció la realización de procesos de desarrollo cultural y como medio educativo para alcanzar a los sectores populares, caso de “Quimantú para Todos”, serie integrada por 49 títulos, en su mayor parte de literatura chilena y universal, que alcanzó los 2.040.000 de ejemplares entre 1971 y 1973. En el caso de los “Minilibros”, la otra colección de más largo alcance –y los de más bajo precio–, se editó un total de 3.660.000 libros entre 1972 y 1973 llegando a los 55 títulos, principalmente de origen europeo, luego estadounidense, de origen soviético, latinoamericano y chileno. Ello revela que, más allá de la ideologización que promovió el gobierno socialista en sus discursos, en la línea de producción editorial de los “Minilibros” se privilegiaron otro tipo de cuestiones.
Aportes de Quimantú
Quimantú apeló, tanto en sus discursos y prácticas, como en la construcción de su amplio catálogo editorial, a una suerte de “épica” que conectaba la emergencia de un nuevo proceso social con la vida cotidiana del ciudadano de a pie en un contexto de fuertes cambios políticos y sociales. En este sentido, los grandes relatos históricos, políticos y culturales, junto con la literatura de alcance universal, convivieron con microrrelatos, pequeñas historias y textos con información práctica reducidos a la esfera de lo individual.
En términos cuantitativos, logró una producción de ejemplares inédita, mayor al número de habitantes registrados en el país al momento de su cierre, durante un corto período de poco más de dos años y medio de operación, producto de la inmediatez de su génesis y la ferocidad de su cierre.
Tal figura, implicó ser un referente cultural del gobierno al difundir en la población obras que podían aportar a su desarrollo científico y tecnológico y además profundizar en el estudio del país, su realidad histórica, geográfica y económica.
Por otro lado, Quimantú aportó algunas ideas e innovaciones en el contexto editorial, que no dejan de ser de interés: desarrollo de nuevos métodos para llegar al público lector, caso de la creación de puntos de venta más allá de los habituales, a propósito de las trayectorias de las personas // equipos de trabajo que concebían las publicaciones en consideración de las necesidades de los posibles lectores, desde el estudiante a la madre, las juntas de vecinos o el segmento más adulto // o la apuesta por formatos de libros de bolsillo y fáciles de manipular en contextos y espacios públicos o privados.
A casi medio siglo de su puesta en marcha, esta iniciativa editorial estatal, sin precedentes a nivel país, continúa siendo una interrogante sobre aspectos vinculados a la formación de una nueva cultura de cuño ilustrado y a la producción masiva de imágenes, textos y discursos, asuntos que ciertamente competen a la disciplina del Diseño, al ser parte de la elaboración de nuevas dinámicas sociales que alimentaron el ideario político de un proyecto de Estado benefactor.
Referencias
Allende, S. (1971). Mensaje Presidencial. Chile: Congreso Nacional.
Gil, M. y Jiménez, F. (2008). El nuevo paradigma del sector del libro. Madrid: Trama Editorial.
López, H. (2014). Un sueño llamado Quimantú. Santiago: Ceibo Ediciones.
Molina, M. (Ed.) (2018). Quimantú: prácticas, política y memoria. Santiago: Grafito Ediciones.
Subercaseaux, B. (2010) Historia de libro en Chile. Desde la Colonia hasta el Bicentenario. Santiago: LOM Ediciones, tercera edición.
Teitelbom, V. (1973). 5.000.000 de libros. La Quinta Rueda (4), sin paginación.
Urrutia, C. (1973). Los inventores obreros. Santiago: Quimantú.